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Cuando llega el otoño y el campo andaluz empieza a enfriarse, muchos piensan que la tierra “descansa”. Pero nada más lejos de la realidad. En esta época, el suelo recupera la humedad perdida durante el verano, las temperaturas se suavizan y las lluvias comienzan a devolverle vida. La actividad biológica del terreno, hongos, bacterias y lombrices, se reactiva poco a poco, mejorando la estructura y la fertilidad natural.

Además, el descenso de las temperaturas reduce la evaporación, lo que permite mantener la humedad por más tiempo y aprovechar mejor cada riego.
El frío también frena el desarrollo de plagas y malas hierbas, de modo que los cultivos crecen con menos competencia y menor necesidad de tratamientos. Todo esto convierte al otoño y al invierno en una temporada de equilibrio, donde el campo trabaja más lento, pero de manera constante y saludable.

¿Cómo cambia el suelo en invierno?

Durante los meses fríos, el suelo experimenta una transformación natural que lo prepara para nuevos cultivos:

  • Aumenta la humedad gracias a las lluvias otoñales, facilitando la germinación.
  • Desciende la temperatura, ralentizando la actividad de plagas y enfermedades.
  • Evaporación, haciendo el riego más eficiente.
  • La materia orgánica se descompone lentamente, enriqueciendo el terreno y aportando nutrientes de forma natural.

Este proceso crea un entorno más estable y fértil para las plantas jóvenes, que pueden desarrollarse sin el estrés del calor y con menos competencia de malas hierbas.

Acelga:

Se adapta perfectamente al clima templado del invierno andaluz. Prefiere suelos fértiles, húmedos y bien drenados.
Se puede sembrar desde octubre hasta enero, y con un buen manejo del riego ofrece hojas tiernas y productivas durante varios meses seguidos. Es un cultivo resistente, ideal para mantener la actividad del huerto todo el invierno.

Zanahoria:

Necesita un suelo suelto y profundo para desarrollarse correctamente. Durante el invierno, la textura más húmeda del terreno facilita que la raíz crezca sin deformarse, mientras que el clima fresco mejora su sabor. El resultado son zanahorias más dulces, firmes y de gran calidad, perfectas tanto para el mercado fresco como para el consumo directo.

Espinaca:

Es una de las hortalizas que mejor aprovecha el invierno. Su crecimiento es rápido, incluso con pocas horas de luz, y tolera bien las bajas temperaturas.
Prefiere suelos ricos en materia orgánica y ligeramente húmedos, justo las condiciones que ofrece el otoño andaluz tras las primeras lluvias.

Lechuga:

Es uno de los cultivos más versátiles del invierno. Se adapta tanto a campo abierto como a invernadero, y su rápido ciclo permite siembras escalonadas cada pocas semanas. El frío mantiene las hojas compactas, crujientes y de mejor calidad, reduciendo la aparición de plagas y favoreciendo una producción continua.

El invierno no es una época muerta, sino una fase de descanso activo para la tierra. Durante estos meses, el suelo recupera su equilibrio, retiene mejor la humedad y asimila los nutrientes que las lluvias y la materia orgánica van liberando de forma natural.

El campo andaluz entra en un ritmo más sereno, pero sigue vivo. La menor presencia de plagas, la eficiencia del riego y la estabilidad del clima permiten mantener la producción y preparar el terreno para los cultivos de la próxima campaña. Sembrar en esta época es una forma de aprovechar la energía tranquila del invierno, mantener la tierra en movimiento y asegurar que la fertilidad y la productividad no se interrumpan.

En Andalucía, el frío no detiene al campo: lo revitaliza y lo prepara silenciosamente para todo lo que vendrá en primavera.

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